La lucha por Sicilia
La Primera Guerra Púnica tiene un fuerte componente de guerra naval, donde los cartagineses llevaron inicialmente la ventaja, por su mayor experiencia.
Cuando, el año 272 a.C., la colonia griega de Tarento, en el Sur de Italia, cayó en manos de los romanos, Roma dominaba ya toda la península y se había convertido en uno de los estados más poderosos de su entorno. Era sólo cuestión de tiempo que su camino se cruzara con el de la otra gran potencia del Mediterráneo occidental: Cartago.
La ciudad de Cartago, en la costa norte de la actual Túnez, había sido fundada el siglo IX a.C. por marineros fenicios, que construyeron este enorme puerto en el centro de las rutas comerciales que surcaban el Mediterráneo. Además de su estratégica posición para el comercio, Cartago estaba rodeada de tierras fértiles, y muy pronto, los cartagineses (que también recibían el nombre de púnicos), extendieron su dominio hasta Sicilia. Allí tomaron contacto con los romanos, que se encontraban en plena expansión, y las dos potencias comenzaron a vigilarse con recelo.
Sicilia, rica en cereales, estaba poblada por prósperas colonias griegas, muchas de las cuales estaban dominadas por los cartagineses. Sin embargo, una de ellas, Mesina, situada en el estrecho entre Italia y la isla, decidió llamar en su auxilio a los romanos para que expulsaran a la guarnición cartaginesa que controlaba la ciudad. Cuando los mensajeros de Mesina llegaron al Senado se produjo una larga deliberación. Todos eran conscientes de que enviar ayuda militar a la ciudad desencadenaría un terrible enfrentamiento con Cartago, cuyas últimas consecuencias eran imprevisibles.
Al final, los romanos decidieron enviar a sus soldados. Era el año 264 a.C. y daba comienzo así la primera de las Guerras Púnicas, tres terribles enfrentamientos entre romanos y cartagineses que decidirían el destino de Occidente.
Roma –que poseía sólo una pequeña flota- apenas tenía experiencia en batallas navales. Así que, al principio, los cartagineses destruían con facilidad las naves que enviaban los romanos, mal dirigidas por sus inexpertos almirantes.
Pero cada derrota enseñaba a los romanos algo nuevo. Al final, se percataron de que su infantería era superior a la cartaginesa, y decidieron aprovechar esa ventaja. Para ello, diseñaron unas pasarelas de madera terminadas en garfios, con las que los legionarios podían cruzar hasta las naves enemigas. Los cartagineses sabían manejar mejor sus trirremes, pero sus marineros no estaban preparados para combatir cuerpo a cuerpo, y terminaron siendo derrotados.
Después de veinte largos años de guerra, en el año 241 a.C., los romanos se convirtieron en los únicos dueños de Sicilia, que pasó a ser la primera provincia romana.
La derrotada Cartago se comprometió a no atacar jamás a un aliado de Roma, y tuvo que hacer frente a unas indemnizaciones millonarias. La cuantía de las compensaciones era tan elevada, que los cartagineses no podían pagarlas con los beneficios de sus dominios en África, y decidieron expandirse por las ricas tierras de la Península Ibérica. Pero, tras su victoria sobre Cartago, Roma se había convertido en una potencia temible, y también había puesto sus ojos en las tierras de Hispania.
Así que para evitar un nuevo enfrentamiento, decidió repartirse la Península con Cartago. La frontera se situaría en el Ebro. Los territorios al norte de este río serían para Roma, los del sur, para Cartago.
Esta es la situación en vísperas del conflicto. Roma había conquistado ya toda la península hasta el extremo meridional, y comenzaba a interesarse por Sicilia, pieza clave para el control del Tirreno.
Mesina, con su petición de ayuda a Roma, fue el detonante del conflicto, o más bien, la "excusa" que Roma se buscó para intervenir en la isla.
Pero en Sicilia existía un tercer elemento en juego: los griegos, cuya ciudad dominante era Siracusa. Cargago y Siracusa eran, en Sicilia, enemigos mortales desde hacía siglos.
Mesina pide ayuda a Roma. Tras un gran debate en el Senado, Roma les envía dos legiones.
Ante la entrada de los romanos, Cartago y Siracusa (enemigos seculares en Sicilia), se alían para expulsar a Roma de la isla.
Roma decide deshacer la alianza púnico-siracusana atacando al elemento más endeble. 40.000 hombres parten hacia Siracusa. A su paso, las ciudades aliadas de Siracusa se pasan a la causa romana. Se deshace para siempre la confederación helénica en la Isla.
Siracusa, gobernada por el tirano Hierón, decide hacer la paz con Roma. Se constituye así un pequeño reino independiente, aliado de Roma, que le será muy útil durante toda la guerra.
Agrigento era una ciudad griega, donde los Púnicos tenían su cuartel general. Fue tomada y saqueada con brutalidad, lo cual provocó la hostilidad de muchas ciudades sicilianas hacia los romanos.
Las posiciones se estancan en la isla. Los púnicos se mantienen firmes al Oeste de la isla, donde sus ciudades costeras, bien fortificadas, no pueden ser asediadas: Cartago las avitualla por mar.
Cartago cambia de estrategia y se decide a emplear su mejor arma, donde tiene clara superioridad respecto a Roma: la armada. Los púnicos atacan y saquean ciudades costeras italianas para obligar a Roma a desviar efectivos desde Sicilia.
Roma, que apenas tiene experiencia marinera y cuenta sólo con una pequeña flota, se resiente.
Consciente de su inferioridad marinera, Roma dota a sus barcos de guerra de un artefacto llamado corvus, pasarela que se engancha en la galera enemiga y permite el paso de la infantería y el combate cuerpo a cuerpo, donde los romanos son superiores.
Roma gana su primera victoria naval de la historia en Mylae (260). Se levanta en el Foro una columna conmemorativa, con proas de barcos enemigos (rostra).
Durante estos años se suceden las victorias púnicas y romanas en el mar. Ninguna victoria es decisiva; es una guerra de desgaste y resistencia.
Además de batallas navales, en esos años hay abundantes movimientos en Sicilia, con iniciativas romanas y púnicas. Roma mantiene en la isla una fuerza de 50.000 hombres.
En 257, los púnicos están reducidos a la punta occidental de Sicilia, pero con posiciones fácilmente defendibles. El asedio es inviable mientras Cartago siga teniendo una flota fuerte.
Incapaces de expulsar a los púnicos de Sicilia, Roma decide que ya ha adquirido suficiente experiencia marinera, y que es hora de atacar directamente a Cartago.
Organiza un convoy de más de 300 barcos, con 100.000 soldados a bordo (con los dos cónsules de Roma), para invadir África.
El convoy es sorprendido por la armada púnica frente al cabo Ecnomo, y se libra una de las mayores batallas navales de la historia. Victoria completa de los romanos, que consiguen desembarcar y hacerse fuertes en Aspis.
La estación estaba muy avanzada, y el Senado romano ordena regresar a la flota, dejando en Africa un solo cónsul, Atilio Régulo, con 15.000 hombres. Este consigue continuar la campaña y tomar Adys y Tunez.
Cartago está cercada. Su situación es crítica, pues la presencia romana alienta, al mismo tiempo, la rebelión de los reinos númidas. Se inician conversaciones de paz con Roma, pero Régulo impone condiciones demasiado duras. Cartago no las acepta.
Pasado el invierno, Cartago -ayudado por Jantipo, un mercenario de origen espartano- reorganiza su ejército y aplasta a los romanos cerca de Tunez. Sólo consiguen escapar 2.000 hombres. Regulo es hecho prisionero.
Ajenos a este desastre, Roma envía una flota con intención de asestar el golpe definitivo. Ante el cambio de situación, sólo puede rescatar a los supervivientes. De regreso, el convoy sufre un temporal frente a Camarina: se pierden 100.000 hombres y 200 barcos: la mayor catástrofe naval conocida hasta ese momento.
Escarmentada, Roma abandona el objetivo africano. En los próximos años, la acción se centra nuevamente en Sicilia, en una agotadora guerra de posiciones:
Amílcar, nombrado general en jefe del ejército púnico, decide volver a la estrategia del mar, ahora que Roma no cuenta con una flota. Reemprende las razzias contra la costa italiana, para forzar a Roma a reclamar la paz, obligada por sus castigados aliados.
Para mantener esta estrategia, necesita los puertos sicilianos, pero están asediados por Roma. Amílcar fortifica un nuevo punto de atraque para la flota al oeste de Panormo (246) y emprende acciones contra los ejércitos que asedian Drépano y Lilibeo
Sin embargo, los dirigentes de Cartago no quisieron aprovechar la superioridad sobre Roma para dar un golpe decisivo. Prefirieron dejar que el conflicto se fuera consumiendo (245-242).
Mientras tanto, Roma había rehecho su flota echando mano de un recurso extremo: financiándola con inversiones privadas restituibles tras la victoria.
En 242 salen de Roma 200 barcos de guerra comandados por el consul Lutacio Catulo, rumbo a Drépano. Cartago reacciona tarde y pierde casi toda su flota en la batalla naval frente a Lilibeo, junto a las islas Egates.
Sin flota, las posiciones púnicas en Sicilia son ya indefendibles. Cartago firma la paz con Roma en 241.
Las condiciones de paz que negociaron Lutacio Catulo y Amílcar Barca estipulaban que Cartago debía abandonar Sicilia y pagar una elevadísima indemnización de guerra.
La política exterior de Roma en los años posteriores estará muy condicionada por su instinto de defensa ante un futuro ataque de Cartago. Sus principales hitos son:
La frontera Norte de Italia tenía el peligro, temible para los romanos, de las tribus galas (procedentes de Centroeuropa) instaladas en el valle del Po (en 390 habían saqueado Roma).
Entre 240 y 230 Roma realiza varias campañas en torno al Arno (contra los Ligures), conquistando todo el valle y ciudades vecinas. En 225 se produce una gran coalición de tribus galas, que invaden Italia. Roma responde con un ejército de 150.000 hombres y una victoria completa en Telamón. Las tribus del valle del Po son sometidas, y su territorio incorporado a Roma: la Galia Cisalpina.
Después de la Guerra Púnica, una de las prioridades de Roma es la seguridad en el Tirreno. Roma busca un cinturón protector: no quiere plazas fuertes en sus inmediaciones, para evitar ataques como los que realizó Cartago desde sus bases de Cerdeña.
La lucha contra los indígenas de las islas fue dura y larga (236-231). Finalmente, quedaron incorporadas como nueva provincia.
Las victoriosas campañas de Cartago en la Península Ibérica después de la guerra siembran la desconfianza en Roma, que siente la necesidad de vigilar de cerca a su enemigo. Cartago ha sido vencido, pero no aniquilado, y se está rehaciendo.
En este marco se encuadran dos movimientos de Roma:
Roma interviene en la otra orilla del Adriático, tras la petición de ayuda de una ciudad griega, para frenar los ataques piratas de los Ilirios. Establece una zona de protectorado (228), sin usurpar la soberanía a las ciudades griegas allí presentes.
Grecia agradece la intervención e invita a los romanos a participar en los juegos ístmicos. Es el primer contacto de Roma con el mundo griego.
En los 23 años de entreguerras (241-218), Roma había aumentado su poder rodeándose de nuevos territorios que protegían la Italia central, mientras Cartago se había expandido hacia la Península Ibérica (entre otras cosas, para poder pagar las indemnizaciones de guerra impuestas por Roma), en un ámbito que en principio no chocaba con intereses romanos.
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